Todos hemos escuchado aquella vieja frase “Tienes razón, pero te pierden las formas” o lo que es peor: “Las formas que empleas, te han quitado la razón”. En cualquier aspecto de nuestra vida social lo ideal es actuar de manera equilibrada, exponiendo nuestros argumentos de una manera sólida y, al mismo tiempo, haciendo que dicha exposición resulte atractiva y respetuosa. Soy consciente de que este es un ideal nada fácil de llevar a la práctica. Sin embargo, conviene tener muy presente que en este mundo que acostumbramos a llamar del “misterio” abundan las personas que han fundado su creencia en determinadas anomalías de un modo absolutamente sincero, bien a partir de ciertas lecturas, bien a partir de experiencias personales, o bien a partir de sus propias investigaciones. No voy a entrar ahora a analizar si tales creencias están correctamente fundadas o no, si emplearon el método científico para establecerlas o se dejaron llevar por ilusiones y vaguedades. Lo importante es tener presente que, en torno a dichas creencias, a menudo hay una fuerte implicación emocional, hay mucho tiempo consagrado a su estudio, mucha dedicación y, también, mucho dinero desembolsado en viajes, libros, aparatos… Todo ello invertido sin perseguir ningún ánimo de lucro y movidos por la más grande de las curiosidades.
Cuando se despachan tales creencias y esfuerzos personales con ligereza. Cuando uno parodia, insulta y se carcajea de quienes defienden, repito, sincera y desinteresadamente, tales planteamientos, entonces ni se vence en el debate, ni se convence. Afloran los frentes y las trincheras y de la discrepancia razonada, serena y sensata se pasa a la bilis ciega que busca no solo la humillación del oponente sino silenciarlo y someterlo incondicionalmente. Pues bien, el empleo de estas formas extremas son una de las características que más se les ha reprochado al movimiento autodenominado “escéptico”. Unas formas de hacer y decir tan radicales que han provocado ciertas deserciones en las propias filas del citado movimiento.
Ya vimos en uno de nuestros primeros post cómo Marcello Truzzi, inspirador del CSICOP, lo abandonó apenas unos meses después de haber participado en su fundación. Truzzi enseguida comprobó que aquella institución estaba siguiendo unos derroteros que lejos de hacer una pedagogía del buen pensamiento crítico y zetético, prefería el camino de la burla y el cierre de las páginas de Skeptical Inquirer a todo aquél que no compartiera los prejuicios negacionistas de la institución. En aquella publicación no podían aparecer anomalías pendientes de solución con sus correspondientes debates académicos en torno a ellas, sino tan solo fenómenos pseudocientíficos ya “solucionados” o explicados. Se adoptaba así un tono paternalista y de denuncia que no buscaba el contraste de ideas entre partidarios y detractores de un asunto, sino la mera exposición unidireccional de ideas y estudios. ¿Se puede hacer pensamiento crítico cuando sólo se ofrece al lector una visión de las cosas? Las formas como decía al principio son importantes, y nadie es menos firme en sus convicciones por dejar hablar y escuchar a quien no piensa como uno mismo.
Paul Kurtz y el Día Internacional de la Blasfemia
Dentro del grupo de fundadores del CSICOP, además de Truzzi estaba Paul Kurtz, afamado profesor de filosofía de la Universidad de Búffalo y uno de los más vehementes adalides del movimiento escéptico internacional. Fue fundador y presidente del Comité para la Investigación Científica de las Afirmaciones de lo Paranormal (CSICOP), del Consejo para el Humanismo Secular (CSH), del Center for Inquiry (CFI) y de la editorial Prometheus Books. También ha sido uno de los promotores del llamado Humanismo Secular, dentro del cual acuñó el término «eupraxofía» (La palabra proviene del griego buenas prácticas y sensatez) para referirse a una visión de las cosas, de la realidad y del hombre nada religiosa.
Para Kurtz, los métodos más óptimos de conocimiento son la lógica, la observación y la ciencia, mientras que la fe, el misticismo o la revelación suponen un componente sobrenatural de la realidad que resulta falso y nos hace caer en la denominada “tentación trascendental”.
Para Kurtz, los métodos más óptimos de conocimiento son la lógica, la observación y la ciencia, mientras que la fe, el misticismo o la revelación suponen un componente sobrenatural de la realidad que resulta falso y nos hace caer en la denominada “tentación trascendental”.
Podemos decir que el Humanismo Secular sería la manera filosófica que Kurt postuló para darle un contenido ético, metodológico y funcional al ateísmo clásico. No se trataba de negar a Dios sin más, sino de ofrecer un nuevo escepticismo y una nueva doctrina de vida desde la ciencia. De hecho, en palabras de Kurtz, su propuesta filosófica encierra “un enfoque doble: una perspectiva cósmica y un conjunto de ideales normativos por los cuales podemos vivir”.
Como vemos, Kurtz era un reformador y renovador del escepticismo. Se mostró muy beligerante con todas las pseudociencias, las religiones y las iglesias. No puede dudarse su pleno compromiso con la causa y, sin embargo, el 19 de mayo de 2010, Paul Kurtz abandonó el Center for Inquiry (CfI), elComité para la Investigación Escéptica (CSI) y el Consejo para el Humanismo Secular (CSH) por diferencias abiertas con la nueva directiva de dicho conjunto de organizaciones.
¿Qué reprochaba a los nuevos rectores de estas instituciones? Su radicalismo a la hora de defender determinados planteamientos. En concreto, llamaba la atención sobre la celebración del día de la blasfemia (30 de septiembre) y sobre determinadas viñetas cómicas dirigidas al clero católico:
Aunque estoy de acuerdo en que es de vital importancia defender el derecho a blasfemar, me disgusta la decisión del año pasado del CfI de celebrar el Día de la Blasfemia. Del mismo modo, aunque me parece bien recurrir a viñetas, me preocupa que nos burlemos de nuestros conciudadanos en la plaza pública.
Paul Kurtz
El Día Internacional de la Blasfemia consiste en una jornada destinada a blasfemar públicamente. Literalmente cagarse en Dios. En palabras de Javier Armentia:
Decían que la blasfemia era el peor de los insultos, porque tocaba lo más sagrado. Pero sabemos que lo más sagrado son los derechos humanos y esos se los pasan por el culo constantemente quienes más anillos llevan y dicen estar en conexión con esos sujetos inmateriales, dioses y demás alturas -altezas- celestiales con las que, tras mística comunión, enlazan y así pueden interpretar sus designios, su Plan para todos los demás...
Cagarse en Dios, o en la Virgen o en Shiva y los cienmil inmateriales fantasmas, dioses mayores y menores que con diferentes nombres como Alá o Marduk, o tantos otros. Es difícil injuriar algo inexistente. Uno le puede llamar todas las veces que quiera hijodeputa a Peter Griffin, pero bien sabemos que ese padre de familia estadounidense es un ser imaginario. No sufre, ni se da por aludido. Así le pasa al Ratoncito Pérez, al Monstruoso Espagueti Volante, a Brahma y a sus putísimas madres igualmente imaginarias...
Puede que como ejercicio no sea nada tántrico, pero quizá como labor de ciudadanía sea conveniente hacerlo. Hoy especialmente, día mundial de la blasfemia, porque cagarse hoy en Alá significa gritar que aquí estamos por la libertad de expresión, y las demás libertades y derechos de todos los humanos...
En fin, el objetivo del Día de la Blasfemia es colocar todas las creencias religiosas al mismo nivel de libre discusión, crítica, investigación y opinión que cualquier otro tema de interés. Nada de impunidad que no se merece. Y es el día 30 de septiembre, y no otro, porque fue este día en el que se publicaron en aquel diario danés las caricaturas de Mahoma...
(Ah, aún están a tiempo: el Center for Inquiry ha organizado un concurso de blasfemias, otro de ensayos sobre la libertad de expresión y otro para humor gráfico, ya saben, una de las cosas que más les toca los cojones a los musulmanes o cristianos fundamentalistas)
La viñeta ganadora del concurso fue un dibujo de Alexander Matthews, en el que un obispo entra a una habitación donde hay diez monaguillos y el prelado dice: "¡Dios! Es como si todos con los que he dormido estuvieran aquí".
Como vemos, incluso para la radical sensibilidad de Kurtz, dichas organizaciones humanistas habrían traspasado una línea muy peligrosa que le incomodaba: transitar de la reflexión racional a la agitación emocional de la masa social. Y es que dicha agitación acostumbra a nutrirse de elementos irracionales que desmerecen el buen escepticismo.
Lo cierto es que una de las organizaciones, el CFI, respondió diciendo que no entendía por qué se escandalizaba y consideraba Kurtz irresponsable esa manera de hacer crítica, puesto que en la revista de la institución, durante el tiempo en que Paul Kurtz había sido director, él aprobó viñetas similares. E incluso ilustraba la réplica con alguna de ellas.
Un escéptico decepcionado español: José Luis Calvo Buey.
También se cuidan poco las formas en el movimiento escéptico español. Como hemos visto, Armentia se sumó incondicionalmente al Día de la Blasfemia y junto a él otros destacados miembros del círculo escéptico como Luis Alfonso Gámez.
Pues bien, precisamente en el blog de Gámez puede leerse entre sus primeros comentarios el siguiente escrito por José Luis Calvo:
Aplaudo la decisión del Sr. Kurtz. El escepticismo cae cada vez con más frecuencia en la astracanada, algo lógico cuando muchos escépticos hacen suya la frase mema de la carcajada y los silogismos. Hagan reír a cualquier precio y, al final, descubrirán que se han convertido en bufones.
¿Quién es José Luis Calvo? Pues uno de los historiadores de cabecera del movimiento escéptico español. Sus artículos incisivos proliferaron dentro del boletín de la ARP y de la revista El Escéptico. Un investigador creo que verdaderamente escéptico puesto que dirigía sus dardos críticos no solamente contra los autores típicos misterio, sino contra los trabajos realizados por los autodenominados escépticos españoles. Sirvan dos ejemplos de este posicionamiento ecuánime:
- Los guardianes del Secreto, escrito por Lorenzo Fernández Bueno
- La Sabana Santa ¡Vaya Timo!, escrito por Felix Ares de Blas.
Ambos son, a mi juicio, unos extraordinarios trabajos de crítica histórica en los que se revisan, documentan, evalúan y, en su caso, refutan las aseveraciones más gratuitas realizadas por dichos autores. Y lo hace José Luis Calvo deteniéndose página a página en cada uno de dichos libros. Hasta tal punto es así que su crítica de la muy mediocre y superflua obra de Félix Ares de Blas, creo que es el mejor trabajo crítico en español acerca del Santo Sudario de Turín. Mil veces mejor que la obra evaluada y, además, gratis. No se puede pedir más.
¿Qué opina José Luis Calvo Buey sobre el cariz que ha ido adoptando el escepticismo en España? Pues lo tenemos de primera mano en su blog personal que durante mucho tiempo mantuvo eliminado y que, recientemente, gracias a la insistencia de su buen amigo Luis Alfonso Gámez ha vuelto a mostrar todos sus contenidos. Si bien, asegura José Luis que no va a actualizar ni incrementarlo con nuevas aportaciones. En el blog nos dice lo siguiente:
He recuperado todos los artículos sin cambiar ni una letra, ni siquiera en los casos en que me equivoqué. He de advertirles que en el proceso se han perdido todas las ilustraciones y que los enlaces internos han dejado de funcionar. He eliminado la opción de comentarios porque, sencillamente, no deben esperar respuesta alguna a lo que Vds. quieran decir. Esta etapa de mi vida está pasada. En la actualidad me repugna hasta un punto que no sospechan todo lo relacionado con el escepticismo entendido como una corriente organizada (demasiados imbéciles para mi gusto) y no voy a perder ni un segundo más en estos temas, así que vuelvo a ocuparme de las cosas que realmente importan, una poesía, una novela, una mujer.
Una de las cuestiones que siempre me han sorprendido del escepticismo organizado (que paradójicamente, como en el viejo chiste de que iban a conceder el Nobel de Física a Franco por haber conseguido inmovilizar el Movimiento, si por algo se caracteriza es por su desorganización) es la facilidad de alguno de sus componentes para explicar el porqué cree la gente de forma simple. Sencillamente, para tan "elevados" pensadores, siempre detrás de la credulidad hay un consuelo para el creyente, una irracionalidad, una idiotez generalizada o un provecho económico. Todo ello muy sencillito y bien aderezado de insultos al contrario y, por tanto, más digno de un "Crónicas marcianas" (del televisivo, no de la novela homónima) que de un supuesto movimiento filosófico.
¿Cómo entiende José Luis Calvo la manera de afrontar escépticamente las cuestiones del “Misterio”? En los comentarios acerca de la dimisión de Paul Kurtz podemos acceder a un buen ramillete de interesantes y sensatos razonamientos.
Parsley dixit:
"Qué tienes en contra de los bufones? ¿O del humor?"
Nada cuando se trata de hacer reír. Todo cuando de lo que se trata (supuestamente) es de difundir el pensamiento crítico. Y sí, eso puede hacerse con humor pero éste no puede ser nunca un sustituto de la argumentación, sólo un complemento.
"La parodia suele ser la crítica más lúcida y la que es capaz de llegar a más gente. Será con sentido del humor como el escepticismo podrá calar hondo en la sociedad, no con mojigatería y soporíferos discursos moralizantes."
Pues nada. Fiche a Belén Esteban y que promocione el pensamiento crítico. Si lo que importa es llegar a la gente y no importa la incoherencia con el propio mensaje es lo mejor que puede hacer el escepticismo español ¿o no?
Lo que sí digo es que si los escépticos hacen suyas frases memas como aquélla de la carcajada y los silogismos, si aceptan que lo importante no son los argumentos sino el llegar a la gente sin importar cómo, acabarán convirtiendo el escepticismo en una charlotada. Y sí, también considero que los pasos para ello ya se están dando tanto en el escepticismo organizado internacional como en el español.
Que sí, que si el argumento viene acompañado de humor mejor que mejor pero que el humor no es el argumento ni, por supuesto, es más importante que éste. Si olvidamos algo tan elemental como eso la trivialización es imposible de evitar. Por cierto, cuando se habla de celebrar el día de la blasfemia ¿no hay intención de vejar, difamar u ofender? Pues entonces no hay blasfemia así que ya no entiendo nada. Vamos a celebrar el día de la blasfemia sin blasfemar ;-)
Para vender el mensaje con humor, primero tiene que existir un mensaje. Segundo, si el papel de envolver el regalo es más atractivo que el regalo, eso significa que el regalo es una pura mier...
Parafraseando las palabras del poema del Mío Cid, diría de José Luis Calvo Buey: “Qué buen vasallo sería, si tuviese buen señor”.
Resumiendo…
¿Hasta qué punto es buena pedagogía del pensamiento crítico gritar en la vía pública “me cago en Dios, Alá o Buda”? ¿De verdad es sensato pensar que si alguien grita “me cago en el comunismo” o “me cago en el liberalismo”, los comunistas se harán liberales y los liberales se harán comunistas?
Conviene tener presente que con tales soflamas se hiere a las personas, no a sus creencias. En la mayoría de las ocasiones las unas y las otras van unidas. A menudo, las personas son sus creencias y quien olvida esto ni es demasiado racional, ni aplica como se debe una adecuada pedagogía del buen escepticismo.
Por otro lado, si lo que se pretende con la blasfemia es molestar y herir a quienes viven profesionalmente y se lucran sosteniendo y divulgando tales creencias, de nuevo hay que tener presente que tras esos líderes mediáticos, clérigos, sacerdotes y monjes puede haber una masa social que les siga desde la emoción y la sinceridad. También dentro de esa élite habrá sinceros devotos y aprovechados como en cualquier orden de la vida, incluido el mundo académico. Dudo mucho que blasfemando se convenza a ninguno de nada. Al contrario, acabarán más enrocados en sus postulados religiosos y acríticos. Divulgar conocimiento y pensamiento crítico desde la ofensa no es ningún atajo. Más bien demuestra una falta de imaginación espeluznante, propia del fanatismo ideológico.
Siempre creí que el objetivo esencial del escepticismo era enseñar a pensar, no profundizar en las mil y una maneras de proferir insultos
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